Embaucador

Era el momento crucial, aquellas palabras habían salido de su boca sin pensarlo, de forma brusca y salvaje. Ella palideció, se recompuso y trató de salir de aquel embrollo sin herirle. “Es demasiado brusco, sólo llevamos juntos...”, “Yo te quiero¿Acaso hace falta más?”, “No es eso, sabes que me cuesta mucho decidirme, hasta para elegir película en el videoclub, esto es algo que puede cambiar nuestras vidas”, “Venga nena, no seas así conmigo, todos mis amigos ya...”, le colocó un dedo en la boca imponiéndole el silencio, “Shhht, no quiero oir una palabra más, bastante me has dicho ya hoy”. Se levantó, se acercó a la mesilla y se encendió un cigarro, le costaba trabajo entender por qué ella no querría, llevaban dos años juntos y tenían ya una edad como para saber hacerse cargo de las consecuencias. Miraba por la ventana y recordaba a todas las mujeres que habían pasado por su vida.

Recordaba a Emma, su sonrisita pícara por las mañanas, su nariz enrojecida por el frío cuanto la temperatura caía por debajo de los diez grados. Recordaba a Patricia, con su cabello rizado, largo cual mañana en la cola del paro y colorado como un atardecer en los Monegros, con sus grititos de siamesa en celo y su adicción al té rojo. No era capaz de olvidar a Marie, a Lena, a Tammy...sus lenguas extranjeras, sus fé ciega en vivir el momento. Y después estaba Esther, la dulce Esther, capaz de darle la vuelta al día más oscuro...pensaba que no volvería a amar después de ella, y allí estaba, preguntándose por qué le costaría tanto decidirse. Después de todo lo pasado juntos, de las noches en vela, de las pérdidas por parte de ambos, de haber peleado tanto por conseguir que dejase a aquel artista conceptual, del sudor invertido, de los gritos y las peleas de reconciliación. El cigarrillo empezaba a calentar sus dedos fríos por las heladas corrientes que atravesaban aquel pequeño piso.

Se giró hacia ella, parecía triste, mirando al vacío, con esa mirada que se nos suele quedar a todos cuando el tren abandona el andén y sólo queda un adiós y mil lamentos. Observaba sus labios, carnosos y diabetógenos, dibujando una mueca de inexplicable tristeza. Recordaba la primera vez que se besaron, aquella noche de torpe borrachera en la que él no paraba de hablar de las novelas de Asimov y engullir whisky mientras ella no apartaba la mirada del rubio de su grupo de amigos. Él, harto de no ser escuchado, le agarró por la cintura y le intentó plantar los labios, recibiendo como respuesta una maniobra evasiva más propia de un piloto de caza que de un cuello femenino. “Él jamás podrá desearte ni la mitad de lo que te deseo yo ahora mismo”, “Porque eres un salido”, “¿Y eso qué tiene que ver?Si te quedas conmigo habrás pasado la noche con un hombre que habrá dado lo mejor de sí mismo por tí, si te vas con él, solamente serás una muesca más en el cinturón”. Nunca había estado más inspirado. Ella  decía siempre que era un embaucador, que le vendería una enciclopedia al creador de la wikipedia. Él, que simplemente sabía elegir los puntos débiles de los seres humanos.

“Nena, mira, si no quieres, podemos seguir como estamos y fingir que esto nunca ha ocurrido, yo seguiré amándote y haciéndote todas esas cositas que tanto te gustan, seguiré preparándote tostadas todas las mañanas y cubriéndote con tu mantita del Atlético cuando te quedes dormida en el sofá”, “¿De verdad que no te importa?”, “Es una chorrada, un capricho...”,”Pero me has llamado...”,”Era la rabia del momento. Mira si así lo prefieres, no lo haremos nunca, podemos llegar a viejos así”, “Bájate los calzoncillos”, “¿Qué?”, “Que eres un embaucador”...Se agachó y empezó a besar su tripa, bajando hacia su pubis, recorriendo su falo. Levantó sus preciosos ojos verdes y se los clavó “Al final tienes lo que querías, eres un cabrón”,”Pero olvidas lo más importante de todo”,”¿Qué?”,”Que te quiero”, “Cállate”.