Pero al salir el sol del domingo...

sigues jodidamente sólo.


Ella se marchó, él esperaba en una capitalina estación de autobuses. Mi ilusión quedó destrozada en el suelo en menos de lo que tardaría en deletrear su nombre. Sabía que jugaba fuera de casa, que la derrota ya estaba ahí, mirándome desde el fondo de la barra, enseñándome sus piernas, atrapándome con su aroma. Pero no quería ser consciente de mi destino.

Un viejo amigo había ganado una rifa que tenía todas las papeletas de ser para mí y el fin de semana se mostraba tan frío como esta mesetaria ciudad. Todo apuntaba a que esta vez el tiro había salido por la culata, y la bala había atravesado mi cráneo de lado a lado. Me lo merecía. Por jilipollas. Por haber esperado que ella le dejase...maldito iluso.

Me lancé a la noche buscando refugio con alguna gata desamparada, algún alma vacía que simplemente buscase el rítmico y sincopado contoneo de una noche, sin preocupaciones, y después, tú a Boston y yo a California, cheri.

Ella era como mezclar a Jeniffer Connelly con una cachorrilla de nuevas generaciones del PP. Engullía el vodka y me miraba con el mismo deseo...como a cualquier otro hombre de aquel bar. Jugueteaba con el hielo en su boca, su lengua mareaba una y otra vez el pedrusco, y eso fue lo que me hizo caer.

Su risa era agradable, entraba por mis oídos recordándome épocas más felices, como cuando tú no habías huído aún y quedaban noches para quemar. Sus caderas eran rectas, más huesudas de lo que acostumbro, pero sus labios eran perfectos. Susurraba en mi oído canciones de Ray LaMontagne, lo cual no pegaba ni con su vestido, ni con su maquillaje, pero sí hacía que mi miembro aplaudiese los primeros versos de "Jolene" poniéndose de pié. Empecé a besar su cuello, a buscar su pecho, a apretarla contra mí. Empezó a lamer mi oreja, a mordisquear mi barba, a refugiar sus manitas heladas bajo mi camisa. Y me enamoré como sólo lo hacen los desesperados.


Cuando me quise dar cuenta, estábamos en su piso, era de día. Me levanté de una cama vacía y fuí a la cocina. Allí me esperaban unas tostadas untadas de aceite de oliva y mermelada de mora. Pero quien las preparaba era una bella sonrisa en un pijama de rayas.

¿Se ha marchado?. Sí, había quedado con su novio, tranquilo...no sabe nada, puedes huir tranquilamente. ¿Qué os ocurre a las mujeres?¿Por qué a todas las mujeres con novio les da por buscarme?...y encontrarme. Yo no te he buscado. Pero tampoco tienes novio. Touché. La risa desbordó la taza de café. Debería marcharme. Acábate el café, y puedes quedarte un ratito conmigo, no me gusta estar sóla los domingos por la mañana. Creo que la noticia me ha dejado bastante tocado, debería huir de aquí a autoflagelarme a alguna taberna o a comprar cuerda para probar la altura del nuevo puente sobre el río. No seas exagerado, quédate aquí, tengo El País, lo leo todos los domingos pero a ella no le gusta, y a mí me gusta leerlo con alguien, comentar las noticias, reírnos de la parte de economía...

Vale, pero sólo si empezamos por la parte de atrás.

No vayas tan deprisa vaquero...