No empiece a fumar

Ella se levantó de aquella cama, a su lado, otro cuerpo enredado en las redes de arrastre de los bares y las decepciones.¿Qué más da?, se dijo a sí misma. Se paró un segundo a observar sus estilizadas formas, su sonrisa picapedreada por un minucioso tallador de marfil, sus abdominales de gimnasio de alto standing y su ronquido persistente causado por algún puñetazo kármico recibido durante la adolescencia.

Se acercó a la cómoda y sacó una cajetilla metálica de la que recuperó un encendedor y un cigarrillo, "El tabaco es muy adictivo:no empiece a fumar", Haberlo dicho antes, se dijo mientras lo encendía. Se dirigió a la cocina, esquivando las inquisidoras miradas de su estudiosa compañera de piso. El café sabía más amargo que de costumbre.

Tienes a un hombre perfecto en tu cama ¿no te puedes dar nunca por satisfecha?, se decía mientras apuntaba una lista de la compra, que probablemente fuese rasgada minutos después dado el poco interés que le estaba prestando. ¿Qué andará haciendo ahora? Hace siglos que no sé nada de él, joder, si él quisiera podría llegar muy lejos, ser funcionario es un camino demasiado fácil para él, merece mucho más. Si tuviera agallas, dejaría todo y acabaría esa novela, si tuviera agallas...joder, si tuviera agallas me habría besado alguna vez, en lugar de acostumbrarse a mi lejanía. Quizás debí ser yo quien le mostrase el camino, qué se yo.

El tipo se levantó, se acercó a ella y le abrazó por detrás. Buenos días preciosa, le susurró. Sabes dónde está la puerta ¿no?, pues ya sabes. Pero..., el chico se sentía dinamitado, nunca antes había recibido tal manguerazo de agua fría, normalmente era él quien tripulaba la lechera que frena las libidos. No hay peros, mira, fue divertido, estás muy bueno, pero ya está, no esperes un desayuno ni mi teléfono ni una palmadita en la espalda, ahí afuera hay muchas mujeres que necesitan hombres como tú, yo ya tomé mi dosis. Eres una zorra. Lo sé, no me dices nada nuevo. Contuvo su ira durante un minuto eterno en su apretado puño, pero inspiró, recordó su facilidad de palabra, sus abdominales y su ortodóncica sonrisa y recuperó la barra de autoestima.

Un portazo sonó fuerte. ¿Qué le has hecho a ese chico?. Nada, sólo le dije que se largase. ¿Estás loca? Yo mataría por un tío así, está riquísimo. Lo sé, y folla como si el mundo se fuese a acabar mañana. ¿Entonces?. Nada, dijo inhalando la dosis de veneno necesario para sentirse agusto, lejos de allí, cerca de su pasado, ese del que tanto ha huído. A veces creo que estás loca. Puede ser que lo esté, pero no necesito que nadie como tú me lo diga.

La mañana del domingo avanzaba implacable hacia la locura de los lunes y ella encendía un cigarrillo tras otro, para recordar su aroma, para envidiar a aquella que probase su sabor. ¿Le echas tanto de menos?.¿A quién?. Hablas continuamente de él. No, es sólo un amigo. Aún así puedes echarle de menos. No, no le echo de menos.

Y encendió el siguiente cigarrillo...

Sus detalles

Las mujeres se definen en el cara a cara, como los boxeadores, o los carrileros. Es en ese momento, en el rincón oscuro de la más deleznable de las discotecas, rodeados del más deleznable de los ruidos y rodeados de la más deleznable calaña que puedas imaginar, cuando se destapan los detalles que pueden hundirte en el encantamiento, y lo saben, y abusan.

Cuando en aquel cine ella se retuerce en su butaca junto a tí, acaricia su pelo, da golpecitos en tu hombro ante tus chistes, te mira con la más melosa de las sonrisas y te deja ver su estilizado cuello, invitándote a morderlo, a tomar esa autopista hacia su abdomen. Cuando busca el suave roce de dos brazos desnudos, sutilmente excitante, potente elixir de erotismo para descarriados.

O ante ese billar raído, cuando pide ser instruída en el arte de la física elemental, no por Paul Newman en El Buscavidas, sino por tí, puñetero afortunado, por ese torpe bobalicón que ha invertido su vida en ignorar las artes femeninas, en dejarse embaucar por las promesas del alcohol. Tu mano se deposita sobre la suya, sintiéndola abrazando el taco, como si se tratase del falo más delicado que ella haya agarrado nunca, y tu cara junto a su oreja, haciendo ese gesto para apartar su cabello, ansiando susurradas instrucciones, ignorando el bulto que crece en tu pantalón.

Entrando en ese bar repleto, hundiéndoos en la multitud, buscando un resquicio de camino para alcanzar la barra, esa que ella podría encontrar con los ojos vendados. Pero para ella, llegar al dispensador de ambrosía no es lo más importante, eres tú. Agarra tu mano, y acerca su hombro al tuyo, apoyando su cabecita en tu hombro, mostrando ese lado frágil que tanto nos atrapa, ese inexistente lado. Se amarra a tí, como a una rama que evita su caída al precipicio, aunque en este caso, tú seas el precipicio...

Dulces gatas de medianoche, vivir merece la pena, por estos detalles, tanto, que moriría por repetirlos.

Niña pija

Ella tiene ese aire delicado y sucio que tienen las niñas pijas. Sabe hacer que le deseen, y sabe desear. Sabe susurrar en tu oreja qué le va a hacer a cada milímetro de tu sexo, y levantarse para ir a misa. Es remilgada, caprichosa y malcriada, y sólo le cede espacio a aquellos que llevan en su camisa un caballo lo suficientemente grande como para ganarse su atención.

Tú, no entras en su radio de acción, ni tienes un Audi ni sabes agarrar una raqueta de tenis. Si acaso, tienes deudas y los metacarpianos destrozados de jugar a pelota mano...no, no es ninguna metáfora, panda de sucios. Tienes una sonrisa de oreja a oreja y podrías hablar horas y horas de literatura burda y de metafísica barata, tienes una camisa  elegantemente arrugada por los agravios de la noche y un agujero en tu cuenta corriente, no eres ningún vencedor...

Pero te oye de lejos, congregar a las masas ante tus anécdotas, repartir risas, hacer que bellas e inocentes damiselas toquen tu hombro con complicidad...y ya está, quiere lo que otros tienen, quiere que seas suyo. No quiere que las niñas pobres disfruten con muñecos de trapo, más que ella con su Ken. Has ganado la partida, está gritando tu nombre.

Mañana deberás darte cuenta de que ella no quiere tu Celine ni tu Neil Young, o estarás perdido.

Mi temor

Tenemos derecho a que también nos tiemblen las piernas, a errar y a acojonarnos. A pesar de nuestra coraza de imperturbables engullidores de bourbon, tenemos miedo, miedo de cojones. Miedo a tropezar, miedo a poner una pica en Flandes y tener que defender esa posición, sólo esa, y no otras con las que habíamos soñado.

Allí está ella, jodidamente preciosa, pero jodidamente ecléctica. Jodidamente divertida, pero jodidamente fugaz. Piensas por un momento en dejarte llevar, en jugártela con tu triste pareja de sietes, esperando que nadie ligue una escalera de color, rubia, precisamente. Temes dejarte llevar por la suavidad de las formas y labios de la chica de al lado, más sexy, menos genuina. Temes levantarte al lado de otra, y perder tu oportunidad de ser feliz. Olvidas tu capacidad para levantarte, y caes

Irremediablemente

Paralizado por el miedo