Sus detalles

Las mujeres se definen en el cara a cara, como los boxeadores, o los carrileros. Es en ese momento, en el rincón oscuro de la más deleznable de las discotecas, rodeados del más deleznable de los ruidos y rodeados de la más deleznable calaña que puedas imaginar, cuando se destapan los detalles que pueden hundirte en el encantamiento, y lo saben, y abusan.

Cuando en aquel cine ella se retuerce en su butaca junto a tí, acaricia su pelo, da golpecitos en tu hombro ante tus chistes, te mira con la más melosa de las sonrisas y te deja ver su estilizado cuello, invitándote a morderlo, a tomar esa autopista hacia su abdomen. Cuando busca el suave roce de dos brazos desnudos, sutilmente excitante, potente elixir de erotismo para descarriados.

O ante ese billar raído, cuando pide ser instruída en el arte de la física elemental, no por Paul Newman en El Buscavidas, sino por tí, puñetero afortunado, por ese torpe bobalicón que ha invertido su vida en ignorar las artes femeninas, en dejarse embaucar por las promesas del alcohol. Tu mano se deposita sobre la suya, sintiéndola abrazando el taco, como si se tratase del falo más delicado que ella haya agarrado nunca, y tu cara junto a su oreja, haciendo ese gesto para apartar su cabello, ansiando susurradas instrucciones, ignorando el bulto que crece en tu pantalón.

Entrando en ese bar repleto, hundiéndoos en la multitud, buscando un resquicio de camino para alcanzar la barra, esa que ella podría encontrar con los ojos vendados. Pero para ella, llegar al dispensador de ambrosía no es lo más importante, eres tú. Agarra tu mano, y acerca su hombro al tuyo, apoyando su cabecita en tu hombro, mostrando ese lado frágil que tanto nos atrapa, ese inexistente lado. Se amarra a tí, como a una rama que evita su caída al precipicio, aunque en este caso, tú seas el precipicio...

Dulces gatas de medianoche, vivir merece la pena, por estos detalles, tanto, que moriría por repetirlos.

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