Ser normal

Ser normal es lo más complicado de todo. Nadar en un mar de cuerpos y dejar que te lleve la corriente. No ser salmón, ser boga, ser lucio, como los demás. Cásate, perpetúa la especie, esa chica no te merece. No le des margaritas a las cerdas. Sonríe siempre enseñando todos los dientes. Demasiadas normas.

Consejos doy a otros, pero en mi cuento suelo ser el lobo. Después, cada noche, en mi madriguera, me arrepiento solo. De haberme comido a caperucita, de no haber sido paciente y haberla conocido un poco más, pero joder, qué bueno estaban el guiso y la guarnición de marisco.

Intento no intentar, sino hacer, empezar y terminar. Código y principios. Más tarde, cuando veo que lo he intentado, empiezo a darme por terminado. Y en ese ciclo, de ritmo sincopado, con su pérdida de conciencia incluída en una factura, una vez pagado religiosamente su 21% de IVA, me doy cuenta de que no sigo el canon. Me doy cuenta de la corriente, de la deriva, del río de cuerpos que desciende cantando goles de Barça y Madrid y me levanto dolorido, como tras otro Atleti-Levante, fallando ocasiones de gol cantadas. Pero cojones, me levanto una y otra vez y no descanso. Sigo remando, corriendo y peleando, peleando contra un mar de cuerpos, que se acostumbran a dejarse llevar.

A este ritmo, nunca llegaré a ver el mar, pero cojones, veré de dónde coño viene todo, veré el manantial. Y una vez allí, sé que estará ella, con toda la envidia que le tiene la luna. Nos miraremos a los ojos, nos cojeremos de la mano, nos zambulliremos. Río abajo, en un mar de cuerpos.

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